martes, 2 de noviembre de 2010
Que nada nos detenga
Leo las recientes palabras (30 de octubre de 2010) de Ricardo Alarcón de Quesada en la Tercera Conferencia Iberoamericana de Historiadores e Historia de Universidades en la Universidad “Hermanos Saíz Montes de Oca”de Pinar del Río sobre el caso de los 5.
Su análisis profundo, convincente, como siempre, demuestra por qué es injusto, cruel e inhumano el tosudo encierro de Antonio, Fernando, Ramón, René y Gerardo desde hace 12 años en los Estados Unidos.
Y eso lo comprende cada vez más el mundo, así lo demuestran los crecientes comités de solidaridad, las manifestaciones, incluso en los propios Estados Unidos. Sólo hace oídos sordos Obama, quien tiene en sus manos la decisión definitiva; la de liberarlos, pero...aún no lo hace.
Por eso todos los que creemos en el género humano y somos optimistas porque creemos en la verdad y la justicia, podemos recurrir una y otra a las palabras de de Alarcón cuando dice:
"Para transformar el mundo, ha dicho Chomsky, el primer paso es descubrirlo como es realmente y para ello hay que atravesar “las nubes de la distorsión y el engaño” que lo envuelven. Se trata de una proeza si tomamos en cuenta que afrontamos un plan deliberadamente concebido para “manipular los sentimientos y controlar la razón” como reconoció Brzezinski en 1969 que era la función principal de los medios para preservar el orden imperial.
¿Cómo promover la solidaridad en esas condiciones?
Debemos valernos de todos los medios y vías alternativas y usar las posibilidades que ofrecen las nuevas tecnologías de la comunicación. Es una tarea en la que tienen que ocupar la vanguardia los jóvenes, los estudiantes, la intelectualidad.
Afrontémosla con espíritu creativo y renovador y sin dejar espacio al cansancio o la rutina.
El Presidente Obama puede y debe ordenar que los Cinco sean puestos en libertad inmediatamente, sin condiciones de ningún tipo. Gerardo, Ramón, Antonio, Fernando y René, todos ellos, sin excepción alguna.
Que esa exigencia lo persiga día y noche como una maldición gitana. Hagámoslo, como nos legaron en su testamento Luis y Sergio Saíz, con “la tenaz fe de quienes se dan sin menguas, en la confianza de la obra justa y del deber irrenunciable.”
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