Cada vez que pienso en los niños y jóvenes que participaron en la Campaña Nacional de Alfabetización en Cuba, en el año 1961, no puedo despojarme de mi condición de madre y ponerme en el lugar de aquellas que vieron partir a sus hijos a lugares inhóspitos, apartados, a vivir con personas desconocidas sólo con el entusiasta deseo de cumplir una tarea dada por la Revolución naciente: enseñar a leer y a escribir. Tampoco puedo dejar de admirarlos a ellos, los alfabetizadores, niños y jovencitos como los míos que desafiaron hasta el deseo de algunos padres porque estaban convencidos de la labor que realizarían. Nada los detendría y así fue.
El maestro y poeta Raúl Ferrer la calificó como la Gran Epopeya Alfabetizadora. Fue librada en 1961 por todo un pueblo. Al concluir, cuatro siglos y medio de ignorancia habían sido derrumbados.
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