Cuando hace unos días fue noticia, -tuve la oportunidad de darle la cobertura- la develación en mi querido Camaguey de la muñeca de tela más grande del mundo, llamada Leonor, experimenté lo que verdaderamente puede llamarse un suceso de pueblo.
Tal vez, ni en mi reporte ni en los de la totalidad de colegas pudo trasmitirse cuánto cautivó a los agramontinos un hecho que para muchos, estoy segura, no convocaría a tantas y tantas -miles- personas.
No sólo niños y niñas; adultos que no permitirían continuar sus vidas sin guardar en su memoria para luego contar que estuvieron allí en el corazón mismo de Camagüey (la Plaza de los Trabajadores)y vieron a una enorme muñeca de 22 metros de altura y 2 800 libras hecha sobre todo, con inmenso amor por humildes y soñadoras manos de mujeres muñequeras,y las de una niña, Violeta, que también participó.
Desde todos los puntos de la ciudad avanzaban las personas ávidas de no perderse lo que, a mi juicio, ni siquiera los organizadores, ni sus protagonistas creyeron podría entusiasmar a este pueblo, acostumbrado, sí, a movilizarse en número de miles para actos, marchas y otras actividades de carácter político.
Sin embargo, este ejemplo de la muñeca negra-gigante, demostró la sensibilidad y reconocimiento de nuestros coterráneos cuando la obra toca las fibras del corazón y alcanza las dimensiones de lo inmenso.
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