Mientras esperaba solucionaran mi dolor de muela, apareció ella como un regalo. Algún familiar, quizá su abuela, me la dejaba a mi lado, encargándome, por favor, la cuidara unos minutos porque ella, la posible abuela, iría hasta el hospital del frente a sacar un turno con un doctor. !Vaya, qué tarea inesperada!
Vestía el usual uniforme de pionera cubana. Falda y pañoleta rojas, blusa blanca y un moño bien estirado hacia atrás como para que los 10 años que luego supe tenía la niña hablaran de su actitud presumida.
Primero, en aquel encuentro casi forzado, nos mantuvimos unos minutos calladas como en reconocimiento necesario. Luego las primeras preguntas; después, todas las respuestas.
En aquellos minutos, supe que se llamaba Beatriz, que según ella tenía vocación para el canto y que intentó actuar, pero a ella y a sus amiguitas algún instructor de arte las dejó embulladas.
Ante mis preguntas continuas -tal vez por aquella manía del periodismo- Beatriz sugirió que yo era maestra. Pero qué sorpresa al saberme periodista de la televisión, más bien entonces ella comenzó a parecer la reportera.
Habló de lo lindo que debía ser mi trabajo y salir por el televisor. Recordó -con parlamentos incluidos- una esceneficación que hicieron en su aula para un concurso que enseguida asemejó a un noticiero. Comparó las particularidades de mi trabajo, luego que se las expliqué, con el de su papá que es policía, y creo que sabiamente los definió a ambos como "trabajos difíciles".
Me contó cómo su mamá y ella durante los días del ciclón Ike (2008), devieron quedarse solas pues su papá estaba movilizado evacuando personas para protegerlas. Y tal vez, pensé yo, la lente de una de nuestras cámaras lo captó como uno de esos tantos héroes anónimos que en situaciones así conquistan nuestras historias...
Hablamos también - y parecería demasiado para una niña de 10 años- de cómo la vida le quita todo al final, a quienes conquistan oportunidades y ventajas a través del dinero. Sus deseos de cantar encontrarían el momento de desarrollarse y la vocación definitiva sobrevendría con los años, le dije. Le demostré, además, con mi ejemplo personal, cómo descubrí mi vocación definitiva por el periodismo, la cual no se perfiló siendo yo pequeña.
Así, en un parlotear indetenible, transcurrieron quizás 15 minutos; tiempo en el que olvidé totalmente la urgencia de mi muela, pero la llamada al sillón de la estomatóloga tronchó aquel diálogo hermoso con una niña común de mi Camagüey, de mi país.
Los minutos de conversación con Beatriz me llenaron de regocijo por saber una niñez capaz de hablar espontáneamente, de interpretar y admirar a sus padres. Una niña con criterios que te dejan el sabor agradable de la ingenuidad, la pureza y la esperanza.
No hay comentarios:
Publicar un comentario