Es esta una selección del libro "Caravana de la Libertad" de Luis Báez a propósito de cumplirse hoy 4 de enero de 2013 el aniversario 54 de la entrada triunfal de los Rebeldes comandados por Fidel a tierra camagüeyana, procedentes de Santiago de Cuba, cuna de la Revolución.
(...)
La
mañana se presenta levemente soleada. Los rebeldes se encaminan hacia
territorio camagüeyano. Cerca de Las Tunas, Fidel saluda al comandante Manuel (Piti) Fajardo, al frente de la Columna 12 del IV Frente
Oriental Simón Bolívar. Los habitantes de la ciudad viven una jornada de
júbilo.
Llegamos a los límites
con la provincia de Camagüey –evoca Almeida– al amanecer del día 4. En los
tramos largos y descampados, el viento besa a los que van en los camiones y en
los autos descapotados. Por momentos me asalta la impresión de que vamos a ser
ametrallados y bombardeados por la aviación enemiga, pero me digo: «No hay que
temer, los pilotos asesinos y criminales están presos y serán juzgados, como
todos los que cometieron actos vandálicos».
Jinetes con vestimentas
elegantes y botas lustrosas, alineados en briosos caballos, sombreros de
fieltro en mano,
saludan la Caravana. La
expectación y la multitud crecen en los límites de los poblados en espera de
Fidel. Todavía el país está en huelga.21
Valle Lazo rememora:
Antes de llegar a
Camagüey se conoce que los masferreristas habían ocupado el Hospital
Provincial, de donde fueron desalojados. Sin embargo, permanecían ocultos
francotiradores y esbirros. Por lo que se orientó actuar, capturarlos y
someterlos a un consejo de guerra.22
Guáimaro vibra ante el tránsito de los rebeldes
victoriosos, y poco después Camagüey se estremece de uno a otro confín. Juan
Nuiry recuerda:
Fidel, que iba en
un tanque, bajó para hablar con el pueblo. Las mujeres vestían sayas negras y
blusas rojas, los colores del 26 de Julio y en las calles no se podía dar un
paso; era imposible calcular la cantidad de personas que estaban presentes.
Luego, en el aeropuerto de esa ciudad, Fidel recibió a compañeros que venían
de La Habana,
y por la noche le habló al pueblo camagüeyano desde la Plaza de la Caridad. En la conocida como
ciudad de los tinajones, Fidel hace una escala en la sede del regimiento
Ignacio Agramonte.
Aquí –narra Almeida– se
produce el encuentro con las autoridades de la provincia. Llegan solicitudes,
deseos de los religiosos, representantes sindicales, del Club de Leones, de los
rotarios y de otras instituciones fraternales y cívicas, para que Fidel haga
acto de presencia en sus locales y visite pueblos y ciudades, algunos distantes
de la Carretera
Central.24
Mientras, la población fluye hacia la Plaza de la Caridad. Presienten
que van a ser testigos de una velada inolvidable.
Se siente uno
intimidado cuando se tiene que parar delante de una muchedumbre tan gigantesca
como la de esta noche. Es que la presencia de tantas personas reunidas, en una
ciudad donde todavía se escuchan de cuando en cuando los disparos de los
enemigos agazapados, donde no existen medios de transporte, donde se ha
escogido, incluso, un sitio apartado del centro de la ciudad; la presencia de
tantos hombres y mujeres nos da una idea aproximada de la responsabilidad
abrumadora que sobre nuestros hombros pesa.25
Con esas palabras
comienza su discurso ante los camagüeyanos. Anuncia la consolidación del
triunfo tras la Huelga
General revolucionaria. Repasa los acontecimientos
históricos de la década a punto de finalizar:
Muchas lecciones ha
aprendido nuestro pueblo en los últimos años. Todos hemos aprendido algo.
Nuestro pueblo ha aprendido mucho. No hay mejor escuela que la experiencia, y
no hay mejor lección que aquella que se experimenta en la propia carne. Siete
años de tiranía han enseñado mucho a nuestro pueblo, siete años de tiranía nos
han enseñado, sobre todo, que nuestras libertades no podemos nunca más
perderlas de nuevo.
Si aquí en esta plaza
se ha reunido virtualmente la ciudad entera, es porque a la ciudadanía le está
interesando su destino, es porque a la ciudadanía le está interesando todo
cuanto atañe a su futuro y a sus derechos. El indolente ha desaparecido, el
indiferente no existe. No hay hombre o mujer que no se preocupe hoy por las
cuestiones públicas, porque no hay uno solo que no haya sufrido en sus carnes
la garra de la tiranía. Yo no sé cuántos cubanos han vivido estos siete años
sin haber recibido un golpe, un empujón, una bofetada, un culatazo, un insulto;
qué cubano no ha perdido un ser querido o un amigo vilmente asesinado; qué
cubano no guarda luto en su ropa o en su corazón. Y es que no hace falta que le
asesinen a un hermano, es que no hace falta que le asesinen al esposo o al
hijo; basta levantarse una mañana y ver regado por las calles un rosario de
cadáveres, para que todo el mundo se sienta de luto, para que cada madre se
llene de incertidumbre y de temor.
Más adelante expresa su confianza en las
fuerzas populares:
Un pueblo que sabe
hablar, que sabe reunirse, que sabe reclamar, es imposible que, si lanza una
ofensiva contra todo lo que ha constituido su desgracia, no logre la victoria.
Por nuestra parte, pueden considerar que ya la hemos empezado. La guerra se
acabó ayer y ya estamos trabajando, trabajando más que cuando no había paz; la
paz para nosotros es trabajo triplicado, es lucha triplicada. Y estaremos
luchando, mientras nos quede una gota de energía estaremos en pie y no descansaremos
y no dormiremos. Ya estamos trabajando sobre la marcha, haciendo algo, sentando
las bases de algo, adelantando algo, en todo lo que está dentro de nuestras
atribuciones. Porque esto no quiere decir que uno lo vaya a hacer todo, sino
que todos tenemos que hacer algo, cada cual dentro de sus atribuciones.
Fidel adelanta la imprescindible e
impostergable atención a los sectores más preteridos hasta entonces:
¡No! se nos puede
negar el derecho a hacer algo por nuestros campesinos, por aquellos hombres que
durante tantos años y tanto tiempo compartieron nuestras vicisitudes y nuestras
esperanzas. No puede ser que el triunfo sea para apartarnos, por ejemplo, de la Sierra Maestra.
¡No! Eso sería obra de ingratos. Nosotros no olvidaremos nuestros deberes más
elementales. Allá ofrecimos caminos, y va a haber caminos; allá ofrecimos
escuelas, y va a haber escuelas; allá ofrecimos hospitales, y va a haber
hospitales (aplausos). Y lo que ofrecimos a los campesinos de la Sierra Maestra es
lo que hemos ofrecido a los campesinos de otros lugares de Cuba. Ponemos a la Sierra como símbolo
simplemente, pero las necesidades de allí son las mismas necesidades de los
campesinos de la Sierra
Cristal, de la Sierra Escambray, de la Sierra de los Órganos en
Pinar del Río, ¡en todo el campo! Y en lo que esté al alcance de nuestras
manos, nos ocuparemos de ellos.
También previene al pueblo acerca del ritmo por
el que transitarán las transformaciones revolucionarias. Es extraordinarimente
franco cuando dice:
Sería un demagogo
y un embustero si dijera aquí que todos los problemas se van a resolver y se
van a resolver enseguida. No. Cuando nosotros llegamos a Playa de las
Coloradas en el Granma, no creíamos que todo se iba a resolver y se iba
a resolver enseguida. Sabíamos que había que luchar mucho, sabíamos que grandes
fuerzas se oponían a nosotros, que grandes intereses se oponían a nosotros, que
grandes creencias se oponían a nosotros. Se decían muchas cosas: que aquello no
podía triunfar; que no había hambre, y que cuando no había hambre las
revoluciones no prosperaban; que no teníamos el ejército; que contra un
ejército no se podía hacer una Revolución; que las revoluciones se hacían con
el ejército o sin el ejército, pero no contra el ejército. Y lo peor es que
aquí había que luchar no solo contra los fusiles, sino también contra las
creencias; contra las creencias, que a veces son peores que los fusiles,
¡peores son que los fusiles! Pues bien: la dictadura acaba de caer y, sin
embargo, ustedes y nosotros acabamos de llegar a la Playa de las Coloradas,
porque en la paz nos queda mucho por luchar. Nada lo recibimos en balde, todo
lo que obtendremos tendrá que ser con el sudor de nuestra frente.
En Camaguey, Fidel considera que ha llegado el momento
de poner término a la huelga general. El antiguo régimen ha quedado
definitivamente liquidado.
(…) restablecidos en la República la libertad y
el poder en toda su plenitud, solicito de los líderes obreros y de todos los
trabajadores, así como de las clases vivas, el cese de la Huelga General
revolucionaria que culminó en la más hermosa victoria de nuestro pueblo.
Mi recuerdo devoto a
los héroes caídos en esta hora de triunfo, y mi reconocimiento emocionado y
profundo al pueblo de Cuba, que es hoy orgullo y ejemplo de América.
Vazquecito aporta una anécdota:
Aquellas eran jornadas
sin descanso. Recuerdo que en Camagüey, bien avanzada la madrugada, Fidel trata
de pegar los ojos en una casa, que, si no me equivoco, estaba al lado de la
fábrica de Coca Cola. Pero a los pocos minutos comienzan a sentirse unos tiros,
llega el comandante Víctor Mora con informaciones, y Fidel se levanta y no
duerme más.
Ha sido un domingo intenso en la tierra de
Ignacio Agramonte.
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