De niña siempre volvía a esa revista Bohemia que mi padre aun hoy conserva. En sus páginas estaban las fotos de la boda de Vilma Espín y Raúl Castro. Tal vez me entusiasmaba no sólo la belleza de aquellos jóvenes rebeldes y enamorados, sino la posibilidad del acercamiento humano a la heroína que desde entonces admiraba. Vilma, la mujer extraordinaria que nació el 7 de abril de 1930 para convertirse en una de las míticas guerrilleras de la Sierra Maestra y Presidenta de la Federación de Mujeres Cubanas.
Si algo caracterizó a Vilma fue el apego a la justicia, a la honradez, a la honestidad, a la verdad, valores que aprendió de su familia. De su personalidad aprendimos las cubanas. Las niñas la veíamos con la dimensión de lo inalcanzable pero de ella aprendíamos para disfrutar de los derechos por los cuales tanto luchó. Las mujeres estuvieron junto a ella desde los primeros años de la Revolución e hicieron realidad sus ideas de emancipación, integración social y equidad de género.
La misma mujer que bajo las órdenes directas de Frank País participó en el alzamiento armado de Santiago de Cuba el 30 de noviembre de 1956, en apoyo a los expedicionarios del Yate Granma, integró el Comité Central del Partido Comunista de Cuba desde su fundación en 1965, condición que fue ratificada en todos sus Congresos. Presidió desde su creación la Comisión Nacional de Prevención y Atención Social, y la Comisión de la Niñez, la Juventud y la igualdad de derechos de la Mujer, de la Asamblea Nacional del Poder Popular.
Desde el 2007 Vilma dejó de existir físicamente; su muerte se sintió profunda en el pueblo cubano. Mas su lucha tierna y rebelde, su ejemplo de madre, esposa, revolucionaria nos acompaña, sobre todo, por el compromiso de nosotras de seguir el camino que ella desbrozó con ideas y acciones para que nunca más estuviéramos en la oscuridad. Vilma continúa convocándonos a luchar.
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