sábado, 3 de marzo de 2012

Miami tampoco cree en lágrimas


Por Edmundo García

La actriz cubana Susana Pérez en su protagónico en el popular monólogo Conversación en la casa Stein sobre el ausente Señor Von Goethe

Era algo que conocía pero no había comentado por pudor; sin embargo, la periodista Rouslyn Navia Jordán lo hizo público el pasado miércoles 29 de febrero en un artículo para el periódico matancero Girón, titulado “Susana Pérez en los Estados Unidos ¿Una historia de sueños logrados?”. La periodista se refiere a la amarga entrevista que la actriz cubana ofreció a la mal llamada emisora Radio Martí a comienzos de año. No me voy a extender sobre su contenido pues lo ha resumido de forma inmejorable. Solamente quiero recordar que Susana Pérez dice que extraña a su público cubano en la isla, su presencia en la Televisión Cubana y el teatro de buena calidad, donde no hay que decir palabrotas o desnudarse por capricho del mercado sino por exigencias del arte.

Pero Susana Pérez no es la única figura de primera línea de la cultura cubana que se ve obligada a trabajar fuera de su especialidad artística en Miami; o dentro de la misma, pero en niveles inferiores a los que merece, tanto por trayectoria como por nivel de competencia. Si es que en Miami puede hablarse siquiera de una competencia capitalista según estándares norteamericanos nacionales.

Susana Pérez declara a dicha emisora que estaba administrando una clínica de belleza. Cualquiera puede verla además fuera de horarios de programación regular recomendando cirugías e implantes para mantener un rostro hermoso y otras vanidades. Administrar y anunciar no tiene nada de malo; lo peligroso es, como le dijo Manolín a Carlos Manuel cuando este abrió una discoteca (que al final cerró casi de inmediato), que los artistas no nacieron para eso, ni vinieron al mundo, y se supone que tampoco a Miami, para que solo ocasionalmente se ocuparan de su arte.

Excepto un caso que conozco bien, el del actor Reinaldo Miravalles y su esposa, que llegaron a Miami en busca de calor familiar porque aquí reside su único hijo, el resto se quedó fuera de Cuba confiando en que alcanzarían la cima del “star sistem” de los EEUU. Esa es la verdad. Una verdad que más temprano que tarde se les convierte en una pesadilla difícil de reconocer y aceptar.

La misma Susana Pérez confiesa que en sus años en Miami ha trabajado en una sola obra que le interesó artísticamente. Se refiere a “Conversación en la casa Stein sobre el ausente señor von Goethe”, que ya había hecho en Cuba siempre a teatro lleno y que a pesar de la buena voluntad de producirla en Miami, tampoco encontró en esta ciudad un público preparado para apreciarla en su justo valor. En Miami, a pesar de las buenas intenciones, acaba imponiéndose el mal gusto y la chapucería.

Decenas de valores de la cultura cubana y otros muy conocidos en los medios de difusión, han visto minimizadas sus expectativas profesionales. Entre las figuras populares y famosas en los medios cubanos que han llegado a Miami y conocido una experiencia como la de Susana se encuentra Mirta Medina, quien tuvo que poner y trabajar un pequeño cabaret restaurante que también cerró. El gran actor Reinaldo Miravalles ha laborado como sereno o CVP en mercados de Miami y la vedette Annia Linares maneja una pequeña peluquería para perros. Cualquiera podría decir que eso no es ningún problema, que todo trabajo si es honesto es bueno. Y es verdad, pero sucede que eso solo lo dicen aquí de dientes para afuera. En Miami existe una discriminación clasista impuesta por la vieja burguesía antipatriótica cubana, que se burla en cada banquete en el Biltmore y el Big Five de los traspiés de los llegados en los últimos tiempos. No entienden, y de paso se mofan, de la música y el arte que traen los artistas formados en la isla. En el fondo creen que donde mejor deberíamos estar es cuidando perros o vigilando a los rateros en los mercados. Pueden decir otra cosa, pero eso es lo que creen y confiesan en sus grupos.

Cuando algunos de esos artistas o celebridades formadas en la Cuba revolucionaria han logrado algún trabajo en su área profesional, muchas veces ha sido denigrante. El gran actor Carlos Cruz ha tenido papeles menores en la televisión local de Miami donde se le ha visto repetir sin ganas los diálogos más ridículos, y su verdadero sustento ha sido el trabajo en un concesionario que revende autos usados. Orlando Casin, que ya apenas sale en pantalla, desempeñó personajes mal concebidos que no merecían una sola gota de su talento. Y por lo mismo han pasado otros más jóvenes que una vez triunfaron en Cuba e incluso en países de Latinoamérica y que cuando vienen a Miami se opacan o naufragan. Pienso en los actores Lily Rentería, Eduardo Antonio y hasta en el muy conocido Francisco Gattorno; los tres han sido profesionales estelares en Cuba, México, Colombia y Venezuela, mientras en Miami han hecho arte, si acaso, de forma irregular.

En enero del 2009, en la reunión de La Nación y la Emigración celebrada en el Palacio de las Convenciones de La Habana, tuve la oportunidad de decir que un artista jamás estaría completo si no cuenta por el apoyo de su pueblo y las instituciones de su país; en este caso Cuba, porque cubanos son todos los que he mencionado y otros más.

Cubano sin país que lo represente y público nacional que lo respalde es hoy, por ejemplo, el guitarrista y compositor Osvaldo Rodríguez, que después de marcar con sus canciones épocas enteras de la vida cubana ha terminado cantando sus boleros en pequeños restaurantes de Hialeah; ni siquiera los más establecidos le contratan. Como lo ha hecho también el gran arreglista y guitarrista Martin Rojas, al que ya apenas lo solicitan para las escasas inauguraciones de las galerías de la calle ocho de Miami.

Todas estas dificultades las reconoció Manolín “El médico de la salsa” en la entrevista que me concedió en diciembre del 2004. Manolín le entró en grande a Miami, pero solo fue un buen momento, el deslumbre. Después, cuando bajó la ola, se inventó varias formas de regresar con éxito a la ciudad, pero le ha sido imposible recuperar la altura perdida aquí. Lo mismo le sucedió al salsero Carlos Manuel, quien aparece en la televisión de Miami de vez en cuando y se contrata para reuniones sociales donde ofrece un producto de poco vuelo artístico para la calidad de su voz, y dudosa cuantía económica. Isaac Delgado lo ha hecho con más cuidado; se ha ido a vivir a Tampa y no ha roto los lazos con Cuba; pero lo que es en Miami, Isaac Delgado no ha podido sonar como esperaba hacerlo; como lo había hecho en la isla. Albita Rodríguez, de quien decían sería la sucesora de la legendaria Celina González, y el trovador Donato Poveda, tienen que producirse sus propios discos sin apoyo ni disquera que les represente; lo que implica no entrar en los grandes circuitos de distribución y que apenas se radie su música. Un virtuoso ex Irakere como Carlos Averhoff casi ha desaparecido de la vida artística de Miami; dicen que se ocupa en dar clases. José Ramón Urbay y Marlene Urbay trabajan dos veces al año en una pequeña camerata y apenas consiguen fondos para sostenerlo. Y el maestro Hugo Marcos nunca más, como antes, ha cantado en una ópera, dedicándose a la enseñanza.

Dos cineastas cubanos, Orlando Rojas y Sergio Giral, han sobrevivido en Miami con dificultades; filmando cortometrajes para proyectos mediocres y trabajos de publicidad, haciendo la corte a artistas y críticos principiantes, respondiendo a periodistas aficionados al arte y enrolándose en tertulias de poca monta. Una Primera Bailarina del Ballet Nacional de Cuba como Rosario Suárez, La Charín, que recorrió como estrella los principales escenarios del mundo, no ha logrado en Miami conseguir respaldo para muchos de los proyectos que ha concebido, viéndose precisada a fundar academias de baile que, como es lógico, una artista sobre calificada para esa tarea como ella no puede hacer sino de forma excelente.

Los artistas plásticos no han tenido diferente suerte. El caso más significativo es el de José Bedia. Por su talento y consistencia artística José Bedia merecía estar ya en los primeros circuitos del arte contemporáneo mundial, junto a los grandes de verdad; pero como decía, le falta tener un pueblo base por detrás de su obra y unas instituciones nacionales que le sostengan, respalden y amplifiquen. A otros antes que a Bedia les pasó lo mismo. El maestro y pintor vanguardista José María Mijares, sin que pueda decirse que murió en la pobreza, pasó momentos muy difíciles y solo en una etapa tardía salió a flote gracias al dinamismo de su última esposa. En momentos críticos, los dibujos de Mijares llegaron a venderse en Miami a precios ridículos, para poder sostenerse. El también maestro Cundo Bermúdez, cuyo voluminoso catálogo se exhibe con orgullo en salones de la ciudad, vino a disfrutar con demora de cierta comodidad económica y verdadero triunfo artístico. Ninguno de los dos pudo ver el reconocimiento nacional e internacional del que gozaron sus contemporáneos en Cuba.

Todo esto es mucho más difícil aún en el caso de un arte más complicado para comercializar como es la literatura. Pero no solo se trata de un problema de éxito económico y dinero; autores cubanos de la magnitud intelectual de Enrique Labrador Ruiz, Lidia Cabrera y Manuel Moreno Fraginals tampoco produjeron fuera de la isla lo mejor de sus obras; pudiera hasta decirse que tampoco agregaron algo fundamental a lo que habían hecho en Cuba. Como pasó con Guillermo Cabrera Infante, quien ya tenía listo Tres tristes tigres; o con el propio Reinaldo Arenas, que en Cuba escribió obras consistentes como El Mundo Alucinante y Otra vez el mar. Tampoco Heberto Padilla pudo vivir como poeta después que salió de Cuba; dio clases, impartió conferencias y escribió recuerdos; pero poeta, poeta de verdad, fue en Cuba.

No quisiera dejar de mencionar tampoco al gran coreógrafo y maestro de Danza Contemporánea Víctor Cuéllar, cuya vida acabó de forma trágica. El coreógrafo de El Pájaro Dorado y Fausto terminó en Miami montando espectáculos de poco calado para clubes de fin de semana. Sin considerar lo político, hay que recordar que el músico y trompetista Arturo Sandoval, que en una curva de la vida montó sin éxito un club restaurante en Miami Beach que tuvo que cerrar, empezó a servir música por encargo desde Los Ángeles. Ni Arturo Sandoval ni Paquito de Rivera dan ya, como en Cuba, conciertos multitudinarios ni hacen giras extensas.

A pesar de todo lo anterior soy optimista. Confío en que los que no han tenido posiciones abyectas contra Cuba y su pueblo puedan despejar el camino y lleguen a reencontrarse con su público natural y las instituciones culturales adecuadas; que con renovado esplendor se vuelvan a proyectar desde Cuba porque Miami, como Moscú, tampoco cree en lágrimas, y ellos lo saben.

Próximamente les hablaré de un tema parecido. Y es que junto a la docena de peloteros cubanos que han triunfado en las grandes ligas y que diariamente la prensa preponderante en Miami cubre y celebra, existen muchos, pero muchísimos otros peloteros cubanos que no han podido llegar y que andan trabados por ahí, por República Dominicana y otros sitios difíciles que les han hecho perder hasta las ganas de hablar de pelota. Igual que los tantos médicos cubanos que sobreviven en trabajos que nada tienen que ver con su carrera, como poner latas en un supermercado, esperando la oportunidad de un día hacerse enfermeros porque no pueden revalidar su título. Pero eso, como les dije, lo trataré en otra ocasión.

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