Conociendo más al Héroe René González
Entrevista
exclusiva a René González publicada en el periódico Escambray y Radio Sancti Spíritus.
Por Enrique Ojito Linares y Arelys García Acosta
Foto: Vicente Brito
“Si usted dice que para esta misma noche, inventamos un avión y vamos a
La Habana”, le aseguró, sin esconder la ansiedad, este guajiro de La
Sierpe a René González Sehwerert —el primero de los Cinco en retornar a
la isla—, al solicitarle una entrevista, posibilidad que, al final, no
denegó: “Llámanos dentro de unos 10 días”. La situación legal del
antiterrorista aconsejaba esperar.
¿Qué más le dije? No
recuerdo; a veces la emoción traiciona. Minutos antes y de repente, su
esposa Olga Salanueva Arango me preguntó, vía telefónica: “¿Quieres
saludarlo?”. Cuando menos, salté de la silla giratoria en la Redacción;
significaba hablar con un Héroe de la República de Cuba, quien dejó, sin
lamento alguno, 13 años de su vida en penitenciarías de Estados Unidos.
A escasas horas de finalizada la Segunda Jornada 5 días por los 5 en
Washington DC…“podemos vernos hoy, a las tres, en la Casa de la Amistad;
antes, estaré allí con Russia Today”. Solo entonces el alma me vino al
cuerpo. El diálogo quedó pactado para la sede del Instituto Cubano de
Amistad con los Pueblos (ICAP), donde declararía que regresar a Cuba sin
sus compañeros –Gerardo Hernández, Ramón Labañino, Antonio Guerrero y
Fernando González– fue la pesadilla de su encierro.
Luego de
cumplir su condena de tres lustros de prisión el 7 de octubre de 2011,
René empezó a saldar tres años de libertad supervisada. Esas condiciones
fueron modificadas el 3 de mayo pasado por la jueza Joan Lenard, quien
aceptó la permanencia del cubano en la isla, a cambio de su dejación a
la ciudadanía estadounidense, certificado concedido el día 9 de ese mes.
Tarde de nubes negras y bajas. En sordina, se escuchan los pitazos y
los rumores de la calle en el amplio corredor de la sede del ICAP,
adonde René llega ahora con el andar del alpinista que nunca renuncia a
pisar la cima, y se sienta, con sus gafas oscuras —colgadas de la camisa
a cuadros—, entradas altas y el mentón rematado por las canas. Bien
cerca, Olga, atenta a sus ojos claros y a las manos que se cruzan una y
otra vez, mientras él revive sus breves años en Chicago, que lo vio
nacer el 13 de agosto de 1956.
Apenas son fragmentos de
recuerdos, aclara. La familia residía próxima al lago Michigan; no
olvida el muelle de madera camino a la profundidad de las aguas, y el
olor del parque que iluminó ciertos versos dedicados a su compañera.
No olvida, tampoco, la maldad que sacó de las casillas a sus viejos
—Irma y Cándido—: con su hermano Roberto, salió a una avenida “a
hacerles monerías a los automóviles”, travesura interrumpida,
afortunadamente, por un policía que los condujo a casa. “También
recuerdo bastante el viaje hacia Cuba en barco, en el Guadalupe”.
Eso sucedió posterior a la invasión mercenaria por Playa Girón.
“Sí. Los viejos estaban en el comité Pro justo trato a Cuba, y salieron
a las calles a manifestarse contra la invasión; recibieron represalias;
inclusive, personas de la derecha los agredieron. Después tomaron la
decisión, y vinimos en octubre del 61”.
Conocido por el
apelativo de Castor en las lides de la Seguridad del Estado —según el
brasileño Fernando Morais, en su libro Los últimos soldados de la guerra
fría—, René volvió a suelo norteamericano el 8 de diciembre de 1990
mediante el robo de una aeronave en San Nicolás de Bari, situado hoy en
la provincia de Mayabeque.
Antes de la partida usted le dejó a
Olga algo de dinero y la letra de una canción de Pablito Milanés dentro
de una revista. ¿Era un mensaje en clave?
Es difícil irse, y
saber que la familia no tiene conocimiento de lo que vas a hacer. Una de
las cosas más difíciles de este tipo de misión es convencer a la gente
que tú respetas de que eres un traidor. En todos estos años las tareas
más difíciles las cumplí en Cuba; las dos fueron en San Nicolás de Bari:
renunciar al proceso del Partido (Comunista de Cuba) y robarme un
avión. Hay cosas que no son tareas, pero que son humanas, y una es dejar
a la familia, eso es fuerte. Efectivamente, le dejé el dinero que había
guardado y aquella canción, ni recuerdo que canción era, en una
Bohemia.
Le dije a Irmita, que tenía seis años y era muy
discreta, una tumba: le voy a dejar un regalito a tu mamá aquí para
cuando venga el fin de año. Esto es un secreto para darle una sorpresa a
tu mamá. “¡Mami, mami!, papi dejó esto aquí”; así fue como Olguita lo
encontró.
¿Cuántas veces usted repasó el plan de secuestro del avión que lo llevó a Boca Chica, adonde llegó casi sin combustible?
Ninguna. En las condiciones en que todo sucedió era imposible repasar
ningún plan. Estábamos entrando en el período especial; los vuelos de
lanzamiento de paracaidismo y de deporte aéreo, en general, fueron unas
de las primeras actividades afectadas. Todo resultó improvisado, a
excepción de la decisión de que si se me daba la oportunidad me iba a
ir. Tenía que buscar el momento oportuno y sacarle el máximo; de ahí que
llegara sin combustible. Se me dio la posibilidad de hacerlo, y calculé
rápidamente; me dije: el combustible me alcanza exacto, tengo que
lanzarme. Probablemente, haya sido el vuelo más peligroso, más
arriesgado, en mi vida.
Al llegar a Miami usted declaró a la
llamada Radio Martí haberse sentido un verdadero Cristóbal Colón cuando
vio los cayos al sur de la Florida. ¿Cómo entrar en el personaje de
traidor y hacerse creíble ante la opinión pública?
Me lo
pregunté desde que me plantearon la misión; no creo que alguien pueda
entrenarse para eso. Además, yo era todo lo contrario; nunca he sido un
simulador. Tú no puedes encontrar a alguien que sea un revolucionario y
sea un simulador. ¿Cuál es la clave? El sentido del deber; la
satisfacción de engañar a alguien que quiere hacerle daño a mi pueblo, y
a partir de ahí, a lo mejor intervienen ciertas características
personales que te permiten hacerlo.
Recuerdo cuando conocí a
Félix Rodríguez, el Gato; casualmente fue el día en que se creó Hermanos
al Rescate. La víspera yo estaba en casa de un piloto que había
secuestrado un avión en los años 60 y era jefe de un grupo denominado la
CUPA (Cuban Pilots Association). Estando con él, lo llama Basulto
(José) para informarle: “Oye, vamos a armar un grupo que se va a llamar
Hermanos al Rescate, y haremos una conferencia de prensa en el
aeropuerto de Miami”. Y el hombre me invitó.
Voy para allá, y
cuando entro por aquel salón me reciben: “¡Ahh! —me conocían del
periódico—, el que se llevó un avión”. Y así, de sopetón, me sueltan:
“Mira, te presentamos a Félix Rodríguez, el hombre que mató al Che”. No
sé qué me pasó de pronto —fue un corrientazo—; saqué la mano y se la di:
no me digas, compadre, que tú eres el tipo. Por dentro, me asombré:
¿cómo es posible que yo haya podido hacer esto? Cuando salí, me dije: ya
yo sirvo para esta tarea.
Al ser agente de la Inteligencia de
un Estado, algunos podrían pensar que usted llevaba una vida holgada.
¿Cómo sobrevivió económicamente aquellos primeros meses?
Tuve
la ventaja de tener mucha familia allá que me apoyó; o sea, desde el
punto de vista económico nunca me sobró un quilo; pero sí tuve casa y
comida. Mi abuela me recibió, y yo, claro, desde que llegué empecé a
trabajar. Hice varios trabajos; sin embargo, el propósito mío siempre
fue acercarme al ambiente de la aviación.
Después se crea
Hermanos al Rescate y entro por ahí. Para poder avanzar en ese ambiente
tuve consumir mucho de lo que ganaba en sacar muchas licencias, que es
muy caro. De entrada trabajé en una tienda por un salario miserable;
después vendí unos calentadores muy malos y no quise seguir vendiéndolos
porque estaba engañando a la gente; hice piso, hice techo. Tuve una
vida modesta y mi principal objetivo siempre fue avanzar como piloto.
En mayo del 91 ingresó a Hermanos al Rescate; sobrevoló La Habana con
Basulto, tiró panfletos. ¿Cómo llenarse de esa sangre fría para
compartir cabina con ese terrorista?
Yo no fui a Estados Unidos
a combatir personas; fui a combatir actividades que dañaban a Cuba, que
podían causar perjuicios al pueblo cubano, a la propiedad, a nuestros
dirigentes; fui a alertar al país sobre esas actividades. En esas
circunstancias no puedes ponerte a entrar mucho en el elemento personal
que te divide porque sí te disocias.
Usted llevó a bordo a periodistas de canales como Univisión, que armaban su campaña anticubana.
En su origen, Hermanos al Rescate fue, probablemente, una de las
operaciones de guerra psicológica más bien montadas que haya habido. Se
monta sobre el tema de los balseros, un asunto complicado y fácil de
manipular. La organización la fundan Basulto y un grupo de veteranos de
Bahía de Cochinos, y más específicamente de los grupos que llamaban los
teams de infiltración. Esos grupos habían sido preparados por la CIA
(Agencia Central de Inteligencia) en los años 60 en sabotajes, en
infiltración e exfiltración, guerra psicológica.
Ellos ven la
posibilidad de utilizar el tema de los balseros para hacer una guerra
sicológica de dos vías: por una parte, estimular en Cuba las salidas
ilegales como una forma de desestabilizar la sociedad cubana, y, por
otra, proyectar hacia el mundo la imagen más negativa posible de Cuba,
como el infierno del que la gente se estaba yendo. Es una etapa muy
propicia para eso por el momento en que se estaba viviendo: el período
especial; la gente quería irse porque tenía problemas económicos… Ellos
aprovecharon muy bien ese momento.
En la propia ciudad de Miami
se va creando, igualmente, una euforia alrededor de todos los problemas
que tenía Cuba y los que no tenía, y los que no tenía los inventaban.
En esto ese contexto, Hermanos al Rescate es una herramienta de
propaganda muy fuerte, que apela, por otro lado, al sentimiento
humanitario: tienen a los balseros, al individuo que está medio muerto
en una balsa, y ellos los rescatan. Ahí se mezclan varios elementos que
les permiten montar una operación de guerra psicológica muy fuerte.
Después ellos van evolucionando; en la medida en que el período
especial se pone más difícil se incrementan sus esperanzas de que en
Cuba se produzca una explosión, y empiezan, en una etapa poco más
intermedia, a apostar por la explosión en Cuba, que la gente se lance
para la calle; lo que sucedió en el Malecón en agosto del 94 fue para
ellos un impulso, una bocanada de aire fresco.
En ese contexto
comienzan a preparar ya acciones violentas; en el juicio salió evidencia
de que Hermanos al Rescate estaba en el juicio, salió evidencia de que
estaba preparando unos artefactos mortíferos para ser lanzados sobre
Cuba y que podrían ser utilizados por personas descontentas contra la
Policía. Esos artefactos eran como unas bengalas; pero en lugar del
material pirotécnico, se cargarían con balines y pólvora, o sea, serían
utilizados para hacer daño, para matar.
(…) ¿Qué pasa? Se
produce la llamada Crisis de los Balseros (en 1994 emigraron ilegalmente
hacia los Estados Unidos más de 30 000 personas). Cuando los Estados
Unidos y Cuba firman los acuerdos migratorios (el Comunicado Conjunto
del 9 de septiembre de 1994 y la Declaración Conjunta del 2 de mayo de
1995), el negocio de Hermanos al Rescate se va al piso, porque los
cubanos que se lanzaban al mar iban a ser interceptados por la Guardia
Costera y serían repatriados a Cuba.
Ese fue un golpe muy duro
para Hermanos al Rescate, y pasan ahí a incrementar la provocación, o
sea, pasan a tratar de crear un conflicto entre Cuba y Estados Unidos.
Es cuando empiezan a producirse los sobrevuelos a Cuba, las
provocaciones, las famosas flotillas; en abril del 94 había habido una y
después ellos empiezan a incrementarlas con Movimiento Democracia. En
fin, eso fue lo que sucedió hasta que se produjo lo del 24 de febrero
del 96, que fue el golpe de gracia a Hermanos al Rescate.
¿Qué misiones concretas asumió?
Estuve en varias organizaciones; Hermanos al Rescate fue la primera en
la que me involucré. Obviamente, la misión fundamental era mantener a
Cuba informada de todo lo que estaba haciendo, de todos los preparativos
de las flotillas… Desde un inicio Basulto concibió Hermanos al Rescate
como una organización que, además de dedicarse a los balseros, realizara
acciones violentas; inclusive, él me consultó en el año 92 acerca de
una incursión para hacer un sabotaje al sistema eléctrico nacional con
la utilización de sus aviones.
Luego Basulto estuvo envuelto en
la adquisición de un avión de combate ruso, un Mig 23, que quería
emplearlo para una actividad violenta. En Estados Unidos se usa mucho
que cuando un país desactiva ciertos aviones, algún particular los
compra. También quería comprar un avión checo de entrenamiento militar.
Me vinculé al PUND (Partido Unido Nacional Democrático), que en los
años 92 y 93 realizó incursiones en la costa norte, sobre todo en el
área entre Varadero y Cayo Coco. Un comando del PUND asesinó a un
compañero en Caibarién; estuve vinculado a las actividades que hacía de
infiltración. Comando de Liberación Unido estaba envuelto, igualmente,
en esas actividades.
También había que localizar. Un grupo
paramilitar de la FNCA (Fundación Nacional Cubano-Americana) adquirió
varios medios y había que localizarlos, algunos eran aéreos; estaban en
el área de mi competencia. La localización de Posada Carriles me llegó a
través de una indiscreción en los años 90. Ese era el tipo de actividad
que estábamos realizando,
¿Por qué colaboró con el Buró Federal de Investigaciones (FBI) en el desmantelamiento de operaciones de drogas?
Desmantelé dos operaciones de drogas. ¿Por qué? Primero, todo el mundo
sabe la posición de Cuba contra las drogas; pero, además, ahí la droga
juega un doble papel, porque no es solamente el daño que hace como tal;
sino que el dinero de esta se utilizaba para financiar el PUND y el
Comando de Liberación Unido. En la medida que tú les ibas cortando las
fuentes de financiamiento eran operaciones que no se hacían contra Cuba.
Resulta muy difícil saber cuántas operaciones se dejaron de hacer, por
ejemplo, una vez que pudimos meter preso a Tony, el Gordo, que era quien
financiaba el PUND. Se quedaban sin dinero; esos fueron golpes fuertes
para ellos.
¿Cómo dominar la sensación, al ser agente al servicio de la Inteligencia, de sentirse vigilado?
Existen conductas propias de la actividad que tienes que adoptar, y
estar alerta. Te puede hacer mucho daño si exageras; tampoco puedes
relajarte del todo, tienes que buscar un balance ahí y decir: bueno,
déjame estar alerta, tengo que cuidarme; pero, por otra parte, no puedes
volverte loco.
En medio de todo ello, usted tenía la decisión
de reencontrarse con Olga e Irmita. ¿Cuánto hizo René en función de eso?
Dicen que estuvo hasta en el Capitolio.
Ahí entran a jugar
muchas consideraciones. Ileana Ros-Lehtinen no tenía la capacidad de
llevar a Olguita para allá; eso fue parte de todo el esquema.
Obviamente, para mí siempre fue una prioridad que ellas se reunieran
conmigo. Tomó trabajo por toda una serie de circunstancias que había que
hacer coincidir; fueron seis duros años de separación; al final
pudieron ir para allá en diciembre de 1996.
Hasta en traje y corbata, con flores en la mano, usted las recibió en el aeropuerto de Miami.
El reencuentro tuvo dos ángulos contrapuestos; desgraciadamente tuve
que hacerme acompañar por algún elemento que no era muy… (Ramón Saúl
Sánchez, líder del Movimiento Democracia). El reencuentro significaba,
prácticamente, como si Olguita y yo nos casáramos de nuevo. Estábamos
casados desde el 83; después de seis años de separación, fue hermoso y,
al mismo tiempo, difícil por la adaptación de Irmita; pero venció el
amor.
De ese amor surgió Ivette. ¿Cómo Gerardo Hernández, sin hijo, disfrutó el nacimiento de Ivette?
Gerardo siempre fue muy sensible a todo lo que fuera la familia. Antes
de que Ivette naciera, estuvo muy pendiente de la llegada de Irmita;
después, un regalito por aquí, una atención por allá; con Olguita
también. Éramos como una familia; en realidad, en esas circunstancias es
la única familia que tienes en el sentido de que es la única gente a
quien tú puedes decirle todo. Yo tenía familia allá, que no comulgaba
con nuestra forma de pensar; pero demostraron ser una gente muy buena.
Gerardo asumió ese rol de una manera muy humana, con una capacidad de
querer muy grande; efectivamente, con Ivette, muy contento.
¿En cuáles circunstancias aconteció su arresto el 12 de septiembre de 1998?
Un arresto en Estados Unidos es un eufemismo por asalto; realmente
constituye un asalto. Te asaltan la casa con un alarde de violencia para
paralizarte; es el primer paso para ablandarte. Ellos (FBI) empezaron a
golpear la puerta; en otros casos las tumbaron con un ariete. Nosotros
vivíamos en un pasillo muy estrecho y la puerta era de hierro; parece
que la física no les dio y no podían derribarla. La golpearon
violentamente, y cuando abrí entraron con pistolas afuera; la empujaron,
me lanzaron contra el piso mientras me amenazaban con la pistola; me
esposaron de inmediato, y cuando Olguita salió del cuarto la tiraron
contra la pared. Después me levantaron; me preguntaron si era René
González y si yo era de Hermanos al Rescate. Me sacaron de la casa ese
sábado y de allí me llevaron hasta la prisión.
¿Cómo describir los primeros días de cárcel?
Los primeros días son terribles. Además, en el caso nuestro, no fue
como en otros que normalmente ellos te llevan a un área de admisión, te
dan tu ropa, te explican cómo funciona la cárcel, te dan una llamada
telefónica. A nosotros nos dieron un tratamiento especial; en términos
militares eso lo llaman golpe y estupor, o sea, te arrestan
violentamente, te pasan por el FBI para ver si vas a ser de los que te
declaras culpable o no, de los que cooperas o no. De inmediato te meten
en el “hueco”, solo ahí, para que comiences a pensar en lo que te
espera. Son días en los que no puedes dormir; ni siquiera nos dieron una
sábana, nada.
En ese momento se decide tu futuro. Si no
decides rajarte, después no lo vas a hacer. Nosotros decidimos desde ese
momento que no nos íbamos a rajar y ya. Me tocó esto, pues a
enfrentarlo.
Hasta el lunes fueron días difíciles. Todo es un
teatro que se prepara: te tienen el sábado, domingo a solas con tus
pensamientos, sin afeitarte, sin lavarte los dientes; el lunes te visten
de payaso y te bajan a la Corte. Te hacen pasar por un pasillo, y está
toda esa jauría de gente, llena de odio, mirándote encadenado, barbudo,
con aspecto cadavérico, y la preocupación por la familia está dándote
vuelta.
Tuve suerte; cuando me bajan del elevador y me
enfrentan a ese salón lleno de gente y voy buscando a la familia, de
pronto siento un grito: “¡¡¡Papiiii!!!”, miro y está Irmita haciéndome
así (René levanta el dedo pulgar hacia arriba, bien alto). A partir de
ahí respiré y me dije: este aire me dura hasta que se acabe esto, y me
sigue durando todavía.
¿A qué se aferró usted para no traicionar, como sí lo hicieron otros miembros de la red cubana?
En lo más básico, a la dignidad humana; yo creo en el valor de la
dignidad. El proceso demostró que hay quienes no creen en ese valor; los
valores humanos existen. Todos los proclamamos; pero en condiciones
como esas se demuestran quiénes creen en ellos o no. Los Cinco creímos
en ellos. Si los valores humanos existen, no veo por qué un ser humano
deba ceder a la fuerza bruta, más allá de la política (ideales).
Porque este tipo tiene la capacidad de maltratarme, de encerrarme, yo
cedo; nadie me enseñó que eso tenía ningún valor. A eso se añade la
misión que estabas haciendo, el conocimiento de tu causa, la conciencia
de lo que estuviste haciendo, saber que tienes la razón, saber que
estabas defendiendo la vida humana, saber que estás siendo juzgado
injustamente.
Todo eso se va añadiendo, y más allá de eso
también está la conducta de ellos. Tú los ves mentirle a la jueza,
chantajear testigos, engañar a la Corte, burlarse de las órdenes de la
jueza, mentirles a los jurados, preparar gente para que mientan. Al ver
que se rebajan y se rebajan, dices: ¿hasta qué punto puede rebajarse
esta gente? Entonces te dices: yo no puedo ceder ante esta gente.
Usted estuvo encarcelado en Pennsylvania, Carolina del Sur y Florida. ¿Cómo hacerse respetar en un ambiente tan hostil?
En el caso del sistema penitenciario norteamericano, el haber ido a
juicio te da mucho respeto; casi nadie va a juicio. La gente tiene miedo
de ir a juicio; el sistema está arreglado de forma tal que el que va a
juicio lo pierde. Los abogados te convencen de que no vayas y de que
cooperes con la Fiscalía, y cooperar termina siempre con delatar a
alguien. ¿Qué pasa?; cuando fuiste a juicio, te enfrentaste al Gobierno.
La gente te respeta mucho por eso; además, saben que no los vas a
delatar. Y más allá está la actitud tuya; si tú tratas bien a la gente,
en general, te trata bien. Debes relacionarte con personas que tengan
actitudes positivas, constructivas; rehuir a conductas como el juego,
las deudas; no involucrarte en las pandillas.
Las cartas ayudan
bastante, es decir, el que la gente te vea recibir muchas cartas de
todos los países; entonces, vienen y te piden los sellos. Nos ayudó la
emisión de sellos cubanos; decían:
“¡Coñooo!, ese tipo sale en un sello”. Hasta los guardias me los pedían escondidos. “Fírmamelo”.
¿Hubo alguien entre los compañeros de celda o de prisión, en general, que lo marcara a usted?
Tuve muchos compañeros de celda. Recuerdo a un rapero que estuvo
conmigo (en Marianna, Florida) y se involucró tanto en el caso que un
día cogió un pulóver y entre él y Rody (Rodolfo Rodríguez) lo pintaron
con el símbolo de los Cinco. Se metieron en la yarda, y cantó una
canción rap ahí por los Cinco; por poco aquello se revuelve allí.
Rody es un caso curioso: un cubano con un prontuario delictivo desde
que era muchacho, inclusive, violento; sin embargo, cuando me conoció
—ya estaba en un proceso de evolución—, él tenía mucho resentimiento
contra Cuba. A través de nuestras relaciones comenzó a cambiar sus
visiones de Cuba, de la Revolución, de Fidel; luego era más comunista
que yo. Me reía a veces: oye, compadre, dale un break a la gente; no te
fajes con todo el mundo.
Había un supermaxista blanco que había
tenido, también, un pasado muy violento, una infancia muy disfuncional,
había terminado en lo que le llaman skinhead (cabezas rapadas), asaltó
banco. Poco a poco había ido reconsiderando, y le tocó la suerte de
estar conmigo en la celda cuando él estaba en ese proceso; se me acercó,
reflexionó mucho conmigo y terminó politizándose. En general, sí hay
mucho respeto hacia uno por parte de todos los presos.
Olga se convirtió en horcón de una familia, madre y padre a la vez; no obstante, usted no perdió las riendas de la casa.
Las riendas de la casa las tenía Olguita; hay que ser franco. No me
gusta estar dirigiendo a la gente desde la distancia. Yo confié en
Olguita; mi papel era hacer bien lo mío allá. Me pareció siempre
importante que ellos supieran que yo estaba bien; de la misma forma que
para mí era muy importante saber que ellas estaban bien. Olguita sabía
lo que tenía que hacer, y lo hizo bien, y dentro de eso el intercambio
con las muchachitas, el consejo... Ellas han tenido una relación muy
abierta siempre conmigo. No soy un padre gruñón, creo que soy un buen
padre, un buen amigo.
¿Qué hacía René para salir de la depresión que le llega a todo ser humano, más aún en un encierro?
No me llegó, no. Yo acuñé una frase de la que la gente se reía; me
preguntaban por la mañana: “¿Cómo tú estás?” I’m always ok. Y ya la
gente venía y me decía: “Yo sé que tú estás bien”. ¿Por qué lo decía? No
sé; uno tiene que espantar esas cosas, tienes que luchar. Hay días que
te levantas más ansioso, o sea, la ansiedad sí llega. Hay una dosis de
ansiedad que está ahí, y que tienes que aprender a reconocerla, y
decirte: relájate. Hay días que te levantas y a lo mejor estás un poco
más irascible; es cuando tienes que decirte: espérate, no te vayas a
buscar un problema.
Me refugié mucho en el ejercicio físico, en
la lectura, en el estudio. Para mí era muy importante no mirar el
tiempo; el tiempo no me va a matar, me decía, y me funcionó: no me
llegué a deprimir nunca.
¿Cuándo venía más la imagen de sus padres en la cárcel?
Uno mantiene la imagen de la familia todos los días; tenía un pequeño
mural con las fotos familiares. Recuerdo, por ejemplo, el día que leí
los alegatos. Cuando me paré frente a la jueza y la atravesé con la
mirada para decirle varias verdades, me cogí el cinto por atrás y me lo
levanté, como diciendo, ahora voy para allá. El viejo me vino a la mente
enseguida; era un gesto suyo; un gesto de esos que tú heredas
automáticamente. (…) A esa edad, no tienes que estar pensando: mamá
haría esto, papá lo otro. Ya uno se destetó; pero lo que ellos te
enseñaron, esa conducta la llevas contigo todos los días, todas las
horas, y eso te permite sobrevivir.
¿Pudo pegar el ojo la noche del 6 al 7 de octubre del 2011, cuando salió de la prisión de Marianna?
Sí; en la cárcel no puedes permitir que te quiten el sueño. Esa noche
me la echaron a perder un poquito; me pusieron en el “hueco”, no por
nada malo, sino porque habíamos echo un arreglo con la propia prisión
para que yo saliera más temprano a fin de evitar la prensa; sabían que
había consideraciones de seguridad. Me sacaron de improviso de la celda y
me llevaron para el “hueco”. No pude despedirme de la gente. La idea
mía era levantarme al otro día bien temprano, afeitarme, ponerme bien
bonito, en lo posible; pero, en fin, me acosté a dormir.
“Llegó
René González a la Patria”; el titular de Cubadebate.cu daba la vuelta
al mundo el 20 de marzo de 2012. Pasado el mediodía de ese viernes
arribaba a La Habana en visita privada y familiar: su hermano Roberto,
miembro del equipo de defensa de los Cinco, estaba gravemente enfermo.
“Mi Brother de toda la vida”; así encabezó René una carta, fechada en
febrero y que cerró con una frase que aún hoy nos sacude: “¡¡Respira
brother, respira!!”.
La libertad supervisada decretó su vuelta a
la Florida. “Regresar a allá fue bastante fuerte; tuve que volverme a
adaptar otra vez”, comentaría luego, a sabiendas del Miami vengativo.
Por si no bastara, el primero de abril de este año René sufrió la
pérdida de Cándido, su padre. El dolor devolvió al hijo a Cuba, donde
tramitó su renuncia a la ciudadanía estadounidense.
El tiempo
de un Héroe dicta límites, mesura, a este reportero, cuyos ojos miopes
siguen con discreción la mano de René que, sin prisa, busca el brazo
cálido y cercano de su esposa.
Por cierto, ¿cuándo llevará a Olga al cine? El día en que usted secuestró el avión le prometió ese regalo para esa noche.
“Es verdad; hoy estábamos hablando de eso; pero no se lo voy a decir a la prensa (RISA CÓMPLICE), porque si no…”.
Atardecer habanero lleno de nubes y relámpagos. Instantes después de
apagar la grabadora, gotas anchas y sonoras empiezan a cubrir el Vedado.
“Será difícil que hoy pueda llevarla a ver alguna película”, me dije
cuando puse un pie en la calle.
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