La frase que da título a este trabajo ha acompañado a los cubanos durante décadas, más que consigna, como impulso para deshacer los entuertos cotidianos y proyectarnos a un mundo menos injusto y sí más equitativo. La génesis de esta idea se inscribe en el primer Congreso de Estudiantes celebrado en 1923, año que se caracterizó por la agitación universitaria frente a los desmanes de la tiranía de turno. Este cónclave marcó el nacimiento de la Universidad Popular José Martí, fundada por el líder estudiantil Julio Antonio Mella, el 3 de noviembre de 1923.
Para Mella fue, según sus propias palabras, “la hija querida de mis sueños”. En las aulas de la propia Universidad de La Habana se ofrecieron en el horario nocturno cursos de primera enseñanza y escuela nacional, además de conferencias que contaron con la colaboración de profesores universitarios y de destacados intelectuales como Eusebio Hernández y Emilio Roig de Leuchsenring, entre otros.
La Universidad Popular durante su existencia se pronunció contra la corrupción del gobierno de Alfredo Zayas Alfonso y los crímenes de Gerardo Machado. Este último enfrentó con violencia la iniciativa revolucionaria de Mella y sus seguidores, tanto que clausuró este centro en 1927, por considerarlo un peligroso foco comunista.
En su exilio en México, Mella redactó el folleto El cuarto aniversario de la Universidad Popular José Martí, en el cual expresaba su aspiración de que el centro fuera de utilidad a las masas de trabajadores y a los grupos directores de la lucha social en Cuba. Al mismo tiempo condenaba la clausura de la Universidad Popular, pero apuntaba que no por ello la propaganda cesaba y que los principios que le habían dado vida se mantendrían vigentes.
Con la Universidad Popular -expresó Mella- se estaba destruyendo el monopolio de la cultura que ostentaban los grupos de poder y se llevaba a los sectores populares un saber complejo y dúctil, generalizado, consciente.
La Universidad Popular no sólo fue una escuela para los trabajadores, fue, simultáneamente, un centro de formación de revolucionarios, incluidos sus profesores. La propia convivencia con los obreros, el conocimiento y la profundización en sus problemas, identificó a los profesores y estudiantes con los intereses de los alumnos, afianzando sus conductas revolucionarias.
La huella de la Universidad Popular José Martí quedó en la conciencia de los cubanos. Sólo después del triunfo de la Revolución llegó la oportunidad de estudios superiores para todos, según sus esfuerzos y nunca mediando la posición social o el dinero.
Las universidades cubanas admiran este ejemplo y lo dignifican, incrementando cada vez la calidad de la formación de los futuros profesionales: hombres y mujeres a los que se les inculca un alto sentido de responsabilidad, humanismo y conciencia altruista.
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