jueves, 14 de mayo de 2009
La ropa de Martí por Luis Hernández (Tomado de Cubahora)
Realmente no son muchas las fotografías que se conservan en las que se pueda apreciar bien el estado o la calidad de la ropa que en distintas ocasiones vestía José Martí. No obstante, hay diferentes constancias de que lo hacía pobremente, aunque sí con pulcritud y limpieza, propias de su higiene personal cuidadosa, así como de su profunda cultura y de su gran sensibilidad humana y artística. En Norteamérica, por ejemplo, usaba regularmente una levita cerrada y casi siempre se le vio con modestos trajes oscuros.
Emilio Rodríguez Demorizi, en su conocido libro Martí en Santo Domingo, refiere que entre tantos aspectos del Maestro prolijamente revelados, quizá falte el de su pobreza, siempre tan digna y tan estrecha, porque para él "tenía más precio el decoro, que la hacienda".
En este sentido, el citado historiador dejó dicho que el gran cubano "no buscaba el amparo de los ricos, ni desdeñaba el trato de los pobres" y precisamente en sus famosos Versos sencillos se refleja esta idea: "Con los pobres de la tierra / quiero yo mi suerte echar, / el arroyo de la sierra / me complace más que el mar".
O cuando escribió: "Denle al vano el oro tierno / que arde y brilla en el crisol; / a mí denme el bosque eterno / cuando rompe en él el sol." El propio Martí había expresado antes de redactar esas estrofas, que el lujo era venenoso y enemigo de la libertad, porque "pudre al hombre liviano".
El Porvenir, periódico de Nueva York, publicó un suelto en 1895 donde se afirmaba que el Apóstol vestía en forma sencilla, un saco de alpaca negro, pantalón blanco y camisa de color, de cuello bajo.
SU ÚLTIMO TRAJE
Lo más visible de la pobreza del Apóstol, coinciden en señalar varios autores, fue su último traje.
Precisamente fue el Generalísimo Máximo Gómez quien en marzo de aquel año llevó a Martí a la sastrería de su amigo don Ramón Antonio Almonte, ya que el propio revolucionario cubano había decidido renovar su pobre vestidura. No quería tener la apariencia de un despreocupado y en ocasiones su deteriorada ropa inclusive contrastaba negativamente junto a uno de los más humildes amigos dominicanos, el generoso negro Marcos del Rosario y Mendoza, quien vestía una flamante y típica chamarra de fuerte azul.
La sastrería de Monguín, como cariñosamente llamaban al sastre dominicano, quedaba casi contigua —solo con una casa de por medio— a la vivienda de madera y techo de zinc que el Generalísimo había adquirido por 400 pesos, en la calle Núñez de Cáseres, en Montecristi.
Llamaba mucho la atención, digamos de paso, la bandera cubana pintada en el techo, en el hogar de su familia durante toda la guerra de 1895. La vivienda fue comprada por el previsor Gómez, de sus economías y de las liquidaciones que venía realizando en La Reforma.
Pocos sastres en la historia de América han tenido el hermoso privilegio de Monguín, de tomar las medidas y confeccionar las ropas de aquel extraordinario político del continente.
Gracias a la curiosa libreta de Almonte, hoy conocemos los detalles históricos del hecho.
Paternal y burlón, el viejo Gómez presenciaba la breve ceremonia, mientras Martí le sonreía y alzaba el pecho para que su elegancia natural no sufriera menoscabo alguno y el gran dominicano continuara riendo a sus anchas ante el espectáculo.
El sastre, orgulloso y complaciente, abrió su pequeña y vieja libreta de notas y comenzó a apuntar. Por los hombros de una persona de 42 años que la historia no olvidará jamás, caían los extremos del centímetro. A la vez que medía el cuerpo del insólito cliente, apuntaba, sin saber a derechas que lo hacía para la posteridad:
"José Martí, 45-76-20 (50-82), 102-80-81-78 y 65 chaleco"
Estos números simbólicos reflejan las dimensiones de la carne que albergó la conciencia de uno de los más grandes americanos que ha existido.
Con prisa, pero seguro, el sastre cosió las modestas telas, de las que poco a poco nacieron el traje para el viaje y la típica chamarra dominicana, de oscuro azul.
Así pudo el ilustre peregrino despojarse de sus gastadas ropas, estropeadas en sus largas jornadas a caballo por Santo Domingo y pocos días más tarde se embarcó hacia la eternidad. En Cuba Libre, anotó Martí en su Diario: "Abril 18. La ropa se secó a la fogata. Abril 22. Baño en el río… Me lavan mi ropa azul, mi chamarreta." Y el día 28, en una carta a un amigo, afirmó: "¿Y mi traje? Pues pantalón y chamarreta azul, sombrero negro y alpargatas".
Un soldado español que le vio morir, contó que Martí vestía un traje de rayadillo gris oscuro, con ligeras listas blancas. En fin, con la chamarra montecristeña le llevaron a la fosa, aquella que le hizo con amor el amigo de Gómez, el buen sastre Monguín.
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