Guáimaro trascendió a la historia patria por esos hechos que aún a la distancia del tiempo provocan admiración. En esa localidad al este de Camagüey , 140 años atrás, y pocos después de iniciada la gesta independentista, hombres preclaros cimentaron la unidad definitiva de los cubanos.
Ignacio Agramonte y Carlos Manuel de Céspedes, en representación del movimiento revolucionario, coincidieron en la base programática mas avanzada de su época. Una reunión en la que alzó su voz Ana Betancourt a favor de los derechos de las mujeres, en pos de la igualdad de género, siendo uno de los rasgos distintivos de la naciente República.
Nacía así el 10 de abril de 1869, la primera Carta Magna de Cuba, que fijó el derecho de todos los insurrectos a elegir y ser elegidos. Una constitución cuyos principios de democracia, libertad y antiesclavismo acompañaron a las acciones mambisas en cada punto de la geografía insurrecta. Desde entonces constituyeron los pilares fundacionales de la nación.
No ajena a las limitaciones, la Constitución de Guáimaro planteó 29 artículos en nombre del pueblo libre de la Isla de Cuba. Creó una Cámara de Representantes y determinó el cargo de Presidente de la República en Armas. Su alcance elevó a la pujante República a la estatura de independiente.
Céspedes apoyaba el establecimiento de un mando único, donde las funciones civiles y militares fuesen controladas por la misma persona. Estos criterios se contraponían al parecer de los camagüeyanos, quienes eran partidarios de separar ambos poderes, con una división interna del mando civil. Finalmente, se impuso el bloque conformado por camagüeyanos y villareños, liderados por el abogado Ignacio Agramonte y Loynaz, de cuya pluma surgió el proyecto de ley.
Era la primera muestra de una forma que ha prevalecido entre los revolucionarios cubanos de todos los tiempos para resolver, en bien de la Patria, las diferencias desde los puntos de vista estratégicos y tácticos en la lucha por la independencia y la liberación nacional.
Los delegados designaron, además, la Bandera de la estrella solitaria como enseña nacional, y en el artículo 24 de su Constitución señaló como punto de partida de un proceso ya irreversible: “Todos los habitantes de la República son enteramente libres”; principio defendido por el Padre de la Patria desde el alzamiento en La Demajagua.
La camagüeyana Ana Betancourt coronó los ideales de la Patria que se quería hacer cuando expresó:
"Ciudadanos, la mujer en el rincón oscuro y tranquillo del hogar espera que una revolución nueva rompa su yugo y le desate las alas [...] Aquí todo era esclavo; la cuna, el color y el sexo. Vosotros queréis destruir la esclavitud de la cuna peleando hasta morir. Habéis destruido la esclavitud del color emancipando al siervo. Llegó el momento de libertar a la mujer."
La Constitución de Guáimaro marcó el inició de hermosas tradiciones de luchas y virtudes de los líderes y los revolucionarios cubanos, del apego a las leyes y a los principios democráticos, del respeto al hombre, al compañero de lucha o al enemigo prisionero. Las mismas virtudes que dignos y orgullosos hasta hoy defendemos.
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